Podemos imaginarnos muertos, en
nuestro ataúd: con la piel seca y arrugada, como de cartón y los ojos que ya no
miran a ningún lugar. El cuerpo inerte presto a la descomposición. Ese es
nuestro futuro, no hay porque asustarse.
Abramos los brazos a la muerte,
¡es el desestresante más poderoso que existe!
Nadie es perfecto, ni nosotros ni
los demás.
Todos tenemos el mismo valor,
independientemente de nuestro sueldo, habilidades o imagen.
Desde el punto de vista de la
salud mental, es importante saber, comprender, que la simple existencia ya es
placentera, confortable. No hay que correr a ningún lugar para llenar ningún
vacío. ¡Relájate!
Brindemos por la vida… ¡y por la
muerte!
Lo importante es disfrutar de la
existencia, no de cuanto va a durar.
Seguiremos teniendo deseos, no
los convertiremos en exigencias; si lo conseguimos, bien y si no también.
La vida es para disfrutarla;
amar, aprender, descubrir…
Hagamos una pregunta: en una vida que dura tan poco y
que no tiene mucho sentido, ¿es tan importante lo que nos esta ocurriendo?
¿Qué será de mí y del problema
que me preocupa dentro de cien años?
La respuesta es clara: nada;
estaré muerto y esta adversidad habrá dejado de tener ninguna importancia.
(Reflexiones
desde la Dependencia-Geriatría, que reclama un convenio digno, PORQUE ANTES
DE ESTAR MUERTOS ESTAMOS VIVOS. El arte de no amargarse la vida de
Rafael Santandreu)